A veces, cuando me siento livianita de humor, voy al almacen de al lado y les cuento a los dueños, en un tono imperioso, que mi disertación doctoral se tratará de la alcahueta Almudena de Al-Andaluz que alcanzaba alimentarse exclusivamente de alfajores y alcohol, sentada todo el día sobre una almohada de algodón, cuya forma parecía a la de una alcachofa alucinante, desde dentro de un gran palacio real, que se llamaba: alcázar.
Se miran el uno al otro, y finalmente, sin decir ni mu, se me extienden la mano para que les pague, para que me calle por una sola vez.
¿Será que no les agrada
la aliteración?